miércoles, 14 de mayo de 2014

EL SERVICIO MILITAR PARA LA DEFENSA NACIONAL Por Fernando Préstamo VGM


El debate acerca de la restitución del servicio militar obligatorio, revela el nivel de degradación al que llegó la dirigencia política en la Argentina.

Por un lado, los defensores de la idea de volver a convocar a los ciudadanos para participar de la institución del servicio militar, lo hacen con el argumento de contener a aquellos jóvenes que los sociólogos caracterizan como NI-NI, es decir, que no estudian ni trabajan. Por el otro, quienes afirman la negación de esta posibilidad, lo hacen desde posiciones ideologizadas vacías de contenido.


El servicio militar obligatorio fue creado en nuestro país a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando los ejércitos de todo el mundo se plantearon la integración de los sectores populares, dejando en el pasado el régimen aristocrático castrense, sustituido por el concepto de “pueblo en armas”. Fiodor Dovstoyeski, entre otros, lo caracterizó como una medida profundamente democrática, y uno de los signos más emblemáticos de la irrupción de las masas en el desarrollo político de cada país. Poco tiempo después, el régimen yrigoyenista ampliaría esta participación de las clases subalternas con la sanción de un régimen electoral universal, que sepultaría para siempre el concepto de “voto calificado”, avance democrático que se completaría definitivamente con el voto femenino durante la revolución peronista.


Fue precisamente el radicalismo, en su etapa revolucionaria, quien aprovecharía la institución del servicio militar para denunciar la situación de pauperización popular, a través del “Informe del estado de la clase obrera argentina”, que el gobierno de Don Hipólito Yrigoyen le encomendó a Vialet Massé, quien usó como fuente principal el relevamiento sanitario que el Ejército practicaba para la incorporación de los jóvenes convocados a sus filas. Sus conclusiones fueron centrales para plantear una política nacional autónoma y de justicia social crecientes, que se materializaría en plenitud en la década peronista, justamente a instancias de militares patriotas.


La institución del servicio militar obligatorio contribuyó, de manera directa, a la alfabetización e integración social de los sectores que habían sido marginados por el modelo agro-exportador instalado entre 1860 y 1930 por la alianza entre la oligarquía argentina con Gran Bretaña.


Desafortunadamente, la institución del servicio militar no escapó a la suerte de los vaivenes políticos del siglo pasado, signado por la recurrencia de los golpes cívico-militares en su mayor parte oligárquicos. Del concepto de ciudadano-soldado, se degradó al de colimba (corre-limpia-barre), fruto de la utilización de los conscriptos como personal doméstico, o como tropa de las facciones castrenses partidocráticas.
Fue, justamente con la ocurrencia del conflicto bélico de Malvinas, que tanto las Fuerzas Armadas como los ciudadanos-soldados pudimos, aún defectuosamente, recuperar el sentido original de la institución del servicio militar, siendo las primeras clases militares (1962 y 1963), que cumplimos el Juramento a la Bandera, en el sentido de “defenderla aún a costa de perder la vida”.


Fundándonos en esta autoridad que nos posibilitó la historia, es que en 1994 formulamos una propuesta de reforma integral del servicio militar obligatorio, cuando ocurrió el homicidio del soldado Carrasco.
Nuestro proyecto consistía en mantener el servicio militar obligatorio para no perder la participación plena de los ciudadanos en la Defensa Nacional, pero acortando sus tiempos, integrando a las mujeres, mejorando el período de instrucción militar, creando para los objetores un servicio social sustitutivo y la figura del ombudsman del soldado.


Lamentablemente, las necesidades re-electorales de Carlos Menem y la elusión de las responsabilidades por la muerte del soldado Carrasco del entonces Jefe del Ejército, Gral. Martín Balza, convirtieron en más provechosa la opción por el servicio militar voluntario. 


Sin embargo, el servicio militar voluntario (SMV) no se planteó como una alternativa excluyente del servicio militar obligatorio (SMO), sino complementaria. Si la convocatoria a los ciudadanos al S.M.V. no era suficiente para satisfacer la demanda de personal de las Fuerzas Armadas, se recurriría a la convocatoria de los ciudadanos varones mayores de 18 años a través del S.M.O. En los 20 años de S.M.V. no fue necesario, entre otras cosas, por la drástica e incesante reducción de las Fuerzas Armadas y la especulación política de los gobernantes, que no quisieron malenquistarse con el electorado juvenil.


El debate por el servicio militar debe ceñirse a la cuestión anterior sobre la Defensa Nacional, no a coyunturas sociales. Y la realidad es que, luego de la última dictadura cívico-militar, en la Argentina no hubo debate serio sobre esta cuestión. Cualquier intento fue abortado por parte del comisariado político progresista, que acusó de “militarista” a quienes pretendieran dilucidar cuál es el modelo de organización que requiere el Estado para plantearse la Defensa Nacional.


Proponemos volver a los conceptos esbozados hace más de setenta años por el Gral. Juan Domingo Perón en la Universidad Nacional de La Plata, cuando definió a la Defensa Nacional como una política central del Estado argentino, y, por lo tanto, del conjunto del pueblo argentino, que debía participar activamente en la misma, no solamente desde las instituciones armadas.


Muchos pronostican el final de las guerras tradicionales entre Estados nacionales con sus respectivos instrumentos militares. Se habla, cada vez más, de guerras sociales, de la utilización de mercenarios (como lo que ocurren en Irak, Libia, Afganistán o Siria, con los black waters), de utilización de drones e instrumentos tecnológicos sofisticados.


La realidad es que entre los países vecinos, cada uno ha adoptado sus planes de Defensa Nacional según su visión y su proyecto nacional a mediano y largo plazo. Sólo nuestra dirigencia ha abandonado por completo el pensamiento estratégico, sumiéndose en debates puramente coyunturales, que sólo llevan a profundizar la decadencia nacional, la ausencia de un proyecto colectivo y a esterilizar cualquier estrategia de política internacional autónoma. Ya Federico El Grande había sentenciado: “pretender ejercer una política internacional sin una fuerza militar, es como intentar dirigir una orquesta sin instrumentos musicales”.
Es cierto que los cuarteles no pueden convertirse en reformatorios, como afirmó el ex Jefe del Ejército Martín Balza, entre otras cosas, porque los adolescentes y jóvenes que delinquen comienzan mucho más temprano a robar, a asesinar y a drogarse. Además de no ser el objetivo del servicio militar, los cuarteles no son los lugares para solucionar el deterioro espiritual de los argentinos, y sí las familias, las escuelas, los ámbitos políticos y culturales.


Pero tampoco es cierto que la restitución del S.M.O. significaría -como lo afirmó el Ministro de Defensa-, la condena de los pobres. Hoy sí lo es, cuando solo se deposita en las espaldas de los más humildes, la casi inexistente política de Defensa Nacional a través del S.M.V., ya que ingresan al mismo por la promesa de un empleo más o menos decente, la posibilidad de realizar algún que otro estudio y la asistencia social que no encuentran en un cada vez más reducido mercado laboral.


En cambio, durante la vigencia del S.M.O., los ciudadanos de todos los sectores sociales tuvimos –aunque más no fuera durante el período de instrucción militar básica-, la posibilidad de encontrarnos con nuestros compatriotas de todas las latitudes, condiciones sociales o credos políticos y religiosos. Hoy, esos espacios de encuentro social no existen, ni en los cuarteles, ni en la escuela, ni en los hospitales, ni en las plazas. Los ricos se encierran en los countries y los pobres salen de las villas para ganarse la vida, sea con un trabajo malpago o para delinquir y, lo que es peor, para ejercer su frustración a través de la violencia contra sí mismos (la drogadicción, los crímenes entre pobres), o contra aquellos que sienten como culpables de su exclusión (entendidos todos los que estamos en mejores condiciones que ellos).


La angustiante situación de la inseguridad de los ciudadanos tiene orígenes más complejos que la ausencia del servicio militar; quizás debamos recuperar otro apotegma peronista para bucear sus causas: “el pescado se pudre por la cabeza”.


Mientras tanto, tratemos a las cuestiones de la inseguridad, el deterioro educativo, la creación de trabajo decente, la búsqueda de la Justicia Social, la Defensa Nacional y las demás cuestiones de Estado, con la honestidad intelectual, la seriedad y el respeto que nuestra comunidad merece. Para ello, seguramente, tendremos que parir una dirigencia distinta, porque con la que tenemos en la actualidad, nada de eso será posible.


(*) Ex Soldado Combatiente en Malvinas. Regimiento de Infantería Mecanizada 3 “Gral. Belgrano” fernandoprestamo@yahoo.com.ar, @vgm fernando, 1551 1858904

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